Si coincidimos en que el teatro de títeres nos
acerca la posibilidad de manifestar las diversas formas de ver y entender el
mundo, entonces coincidiremos también que, a la hora de escribir para títeres, resulta
difícil encontrar la rienda para producir textos que no caigan en repeticiones
y clichés como participación, magia,
y la muy utilizada palabra pedagógico.
Trataré de alejarme de esas tres palabras para
encontrar un cauce que me permita hablar sobre la dramaturgia para títeres
desde nuestro contexto suramericano.
Es fundamental aclarar primero que este texto
no pretende más que abrir el espectro para generar el debate, no tiene más
intenciones que eso; creo que el afrontar cualquier tema supone siempre la
posibilidad de otra voz y de otra mirada que enriquezca y proponga si no
soluciones, al menos respuestas que clarifiquen un poco el panorama.
Ahora bien, estrictamente, la sugerencia que
encabeza a modo de título lleva implícita una pregunta sin la cual no puede
desarrollarse ningún debate: ¿Qué es aquí?
Aquí es nuestro espacio, es nuestro
contexto, nuestra esencia; y digo esencia en el sentido más amplio de la
palabra, esencia como aquel concentrado que resume todo en un sólo aroma, en un
sólo sabor, en una sola imagen.
Escribir para títeres desde aquí,
entonces, implica abarcar lo propio para hacerlo universal. Tomar los rasgos
lingüísticos, los modos, las formas, apropiar lo cultural y plasmarlo en una
construcción ficcional que abarque además la realidad social y política para
hacer comprensible nuestro entorno cualquiera sea el espacio en que aquel texto
se represente. Escribir para títeres desde aquí implica no abandonar la
reflexión y el compromiso.
¿Política?, se estará preguntando después que
esta palabra quedo reverberando en los rincones más profundos de nuestro
inconsciente, ¿desde cuándo los títeres necesitan abordar lo político?, desde
que el títere es lo que es, le respondo. El contexto social, cultural y
político, es lo que nos proporciona la posibilidad de hablar desde nuestro
caleidoscopio, y otorga al espectador señales para entender desde qué posición
y desde qué lado está hablando el pequeño personaje.
Parece extraño y hasta resulta problemático,
pues por lo general se escribe teatro de títeres para público infantil, y ahí
está lo paradójico; es necesario contextualizar desde la realidad que el niño
vive para poder ofrecer una producción honesta y adulta. Lo otro que resulta paradójico
es que mientras más honesta sea la propuesta, más heterogénea será su recepción
y el texto estará más lejos de encasillarse estrictamente para un destinatario
infantil.
Particularmente
Bolivia posee una huella cultural muy amplia, que abarca leyendas orales y
producciones literarias (entre otras manifestaciones) que muestran en enorme
medida lo que nos hace y nos constituye como bolivianos. Por ello es muy fácil
caer en la trampa de la adaptación mal entendida, el tener una paleta tan
amplia en colores otorga el privilegio de tomar y moldear, hasta incluso alterar
sin haber tocado un ápice de lo que en profundidad dicen y manifiestan los
productos culturales elegidos. Es que aquello que parece un instrumento para
decir desde aquí a veces se transforma en un torbellino de ideas donde la
toponimia parece ser lo único que resalta en la producción, dejando en segundo plano
las realidades inmediatas y relegando al texto a un mero viaje paisajístico
cargado de pintoresquismo. Tengamos en
consideración que cuando se llega a un
exceso de modismos, folklorismos y paisajismos, la mirada popular se trasvierte
en una enumeración peculiaridades
intrascendentes y sin rostro auténtico, se transforma en chauvinismo o
artesanía hecha para turistas y que terminan por no decir nada. (continúa en próxima entrada)
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