viernes, 15 de noviembre de 2013

Escribir para títeres desde aquí

Si coincidimos en que el teatro de títeres nos acerca la posibilidad de manifestar las diversas formas de ver y entender el mundo, entonces coincidiremos también que, a la hora de escribir para títeres, resulta difícil encontrar la rienda para producir textos que no caigan en repeticiones y clichés como participación, magia, y la muy utilizada palabra pedagógico.
Trataré de alejarme de esas tres palabras para encontrar un cauce que me permita hablar sobre la dramaturgia para títeres desde nuestro contexto suramericano.
Es fundamental aclarar primero que este texto no pretende más que abrir el espectro para generar el debate, no tiene más intenciones que eso; creo que el afrontar cualquier tema supone siempre la posibilidad de otra voz y de otra mirada que enriquezca y proponga si no soluciones, al menos respuestas que clarifiquen un poco el panorama.
Ahora bien, estrictamente, la sugerencia que encabeza a modo de título lleva implícita una pregunta sin la cual no puede desarrollarse ningún debate: ¿Qué es aquí?
Aquí es nuestro espacio, es nuestro contexto, nuestra esencia; y digo esencia en el sentido más amplio de la palabra, esencia como aquel concentrado que resume todo en un sólo aroma, en un sólo sabor, en una sola imagen.
Escribir para títeres desde aquí, entonces, implica abarcar lo propio para hacerlo universal. Tomar los rasgos lingüísticos, los modos, las formas, apropiar lo cultural y plasmarlo en una construcción ficcional que abarque además la realidad social y política para hacer comprensible nuestro entorno cualquiera sea el espacio en que aquel texto se represente. Escribir para títeres desde aquí implica no abandonar la reflexión y el compromiso.
¿Política?, se estará preguntando después que esta palabra quedo reverberando en los rincones más profundos de nuestro inconsciente, ¿desde cuándo los títeres necesitan abordar lo político?, desde que el títere es lo que es, le respondo. El contexto social, cultural y político, es lo que nos proporciona la posibilidad de hablar desde nuestro caleidoscopio, y otorga al espectador señales para entender desde qué posición y desde qué lado está hablando el pequeño personaje.
Parece extraño y hasta resulta problemático, pues por lo general se escribe teatro de títeres para público infantil, y ahí está lo paradójico; es necesario contextualizar desde la realidad que el niño vive para poder ofrecer una producción honesta y adulta. Lo otro que resulta paradójico es que mientras más honesta sea la propuesta, más heterogénea será su recepción y el texto estará más lejos de encasillarse estrictamente para un destinatario infantil.
Particularmente Bolivia posee una huella cultural muy amplia, que abarca leyendas orales y producciones literarias (entre otras manifestaciones) que muestran en enorme medida lo que nos hace y nos constituye como bolivianos. Por ello es muy fácil caer en la trampa de la adaptación mal entendida, el tener una paleta tan amplia en colores otorga el privilegio de tomar y moldear, hasta incluso alterar sin haber tocado un ápice de lo que en profundidad dicen y manifiestan los productos culturales elegidos. Es que aquello que parece un instrumento para decir desde aquí a veces se transforma en un torbellino de ideas donde la toponimia parece ser lo único que resalta en la producción, dejando en segundo plano las realidades inmediatas y relegando al texto a un mero viaje paisajístico cargado de  pintoresquismo. Tengamos en consideración  que cuando se llega a un exceso de modismos, folklorismos y paisajismos, la mirada popular se trasvierte en una enumeración  peculiaridades intrascendentes y sin rostro auténtico, se transforma en chauvinismo o artesanía hecha para turistas y que terminan por no decir nada. (continúa en próxima entrada)


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