( viene de parte 1) Esta inquietud ya fue abordada hace un tiempo entre
los hacedores de teatro de títeres en Bolivia, buscando una definición cabal y
unívoca (empresa ambiciosa e idealista) sobre lo que sería la dramaturgia
nacional para teatro de títeres. La disputa se establecía entre lo vernáculo y
vanguardista, Por
un lado están quienes definen (y defienden) la dramaturgia nacional como un acto
de recopilación de historias, leyendas y valores de los pueblos que nos
representan y nos conforman como cultura.
Por el otro, un lado menos purista, se reafirma
la idea de que una dramaturgia para títeres nacional no sólo se constituye con
recopilación y adaptación, sino que también se establece con la construcción de
ficción mediado por lo que nos rodea,
por una realidad circundante, por un contexto que no está únicamente en
mitos y tradiciones, sino que se hace
también por circunstancias y condiciones contextuales inmediatas.
Verdaderamente las leyendas y los mitos
construyen un imaginario que nos caracteriza y nos representa, pero es verdad
también que la cotidianidad de nuestras ciudades nos proporciona espacios para reflexionar
y hacer ficción. Muchos de los teatros
de títeres en Bolivia desarrollamos nuestros trabajos (también) en aéreas
citadinas donde los estados de convulsión, la intolerancia, la falta de
ideales, el apego a lo que los medios
nos manifiestan como verdades únicas, la iglesia, la política, la pobreza, el
hambre, forman parte de una realidad urbana que nos afecta y nos conmueve.
En esta realidad híbrida se abre paso nuestro trabajo, revitalizar ámbitos
de ficción que heredamos de nuestra cultura por cierto que es un ejercicio
enriquecedor, pero aquello no debe justificar la desidia ante realidades de
nuestro contexto próximo, de nuestro entorno. Aquí en el asfalto también
necesitamos mirarnos con una realidad que se construya en ficción, que se manifieste
en ritual y mito; desde esta perspectiva es a mi entender donde se abre una
posibilidad más honesta de afrontar un texto. Hablar de cosas que nos
movilizan, nos lastiman o nos emocionan de nuestras ciudades es también hablar
de Bolivia, tanto así como rescatar espacios mitológicos que nos constituyen,
pero debemos ser cautelosos, existe una delgada línea entre lo que es
toponímico con respeto y cuidado, lo toponímico
que resulta panfletario y lo es toponímico que termina en pintoresco.
En estas circunstancias se podría interpretar que escribir para títeres desde
aquí implicaría sólo abordar la ficción desde el imaginario popular y
ancestral de las leyendas o los mitos, pero las posibilidades son mucho más
amplias; la premisa principal es que la producción de textos se disemine en un abanico de propuestas que abracen todo
cuanto se pueda abrazar para producir, todo cuanto nos rodea funciona como
disparador que hará germinar el texto para poder decir aquello que tenemos
atragantado y que de otro modo no pueda salir.
Seré sincero, soy bastante escéptico al ver que últimamente esté en boga
producir trabajos que sólo acuden a simbologías ancestrales, aunque admito que
sinceramente resulta seductor, creo que el problema radica en que luego, al no
poseer más que recursos simbólicos o arquetipos andinos, se cae en el hartazgo
y el sopor del personaje estereotipado dando como resultado un buen producto para
postal. Que no se mal interprete, defiendo y valoro una propuesta innovadora
que acuda a símbolos que nos pertenecen, pero el cerrar las posibilidades de
producción sólo en ello condiciona el nivel de atención y de interés de la
audiencia y manifiesta nuestro prejuicio hacia el espectador relegándolo a una
actitud pasiva. Sigo pensando que un producto honesto, es aquel que es
reflexivo desde su entorno social. Para decir algo en el retablo es necesario
primero creer profundamente que lo que se dice tiene fundamento, que ha sido
interpretado y que no ha sido colocado sólo para divertir y entretener. La
palabra esta asignada para hablar sobre lo que vemos pasando los umbrales y las puertas (en las calles), si miramos a través de la ventana es muy posible que
encontremos sus vidrios opacos y poco se pueda ver del afuera.
Uno se pregunta a esta altura, porqué parece que ya no quedasen historias para contar, porqué
las posibilidades de usar recursos de todo tipo pareciera llevar a los
titiriteros por otros lados y nos fuéramos acomodando a un mundo dramático que
sólo puede hablar desde lo pueril y lo prejuicioso, o en el mejor de los casos
acomodarnos en una dramaturgia producida y representada una y otra vez. Posiblemente
le temamos al poder definitivo o al carácter combativo y denunciante del teatro
de títeres, aquel que interpreta y dice algo definitivo, aquel que desenmascara
el silencio cómplice; es posible (pienso) que prefiramos quedarnos en la comodidad de la palabra que se ha olvidado de fluir y
reflexionar y que se torna demagógica.
Con esto no estoy afirmando que lo que se ha producido no tenga un
importante valor estético y social, lo que trato de decir es que si realmente
queremos homenajear a aquellos que construyeron un espacio para el teatro de
títeres en Sudamérica, entonces es necesario empezar a generar espacios nuevos
de reflexión y de dramaturgia, donde lo propio nos dé las pautas para hablar y
contar qué nos sucede, qué nos conmueve y qué nos preocupa. ¿A dónde nos
llevará eso? A romper estructuras, a despabilar las mentes cansadas de algunos
que esperan lo mismo de siempre en el teatro de títeres, y a mirarnos desde la
esencia de ser nosotros, hay que transgredir todo nuevamente; y es afuera, en
mi vereda, en mi plaza y en mi historia cultural donde están todos los ingredientes.
Seamos sinceros (nuevamente), en general, se piensa que escribir para
teatro de títeres implica poseer dos o tres recursos y un par de estrategias
para asir al público, y es difícil negar
que en algunos casos el uso desmedido de esos recursos estén muy cerca
de la realidad. De todos modos creo que de apoco se está gestando un movimiento de nuevo teatro de
títeres que se está tomando licencias para asumir perfiles estéticos más
arriesgados, donde la relación muñeco-actor, texto y puesta en escena tienen
que ver más con ciertas realidades propias, con cierto bagaje implícito que
está ahí en el aquí , y está alejándose cada vez más de las teatralidades repetidas y de receta.