viernes, 15 de noviembre de 2013

Escribir para títeres desde aquí (2° parte)



( viene de parte 1) Esta inquietud ya fue abordada hace un tiempo entre los hacedores de teatro de títeres en Bolivia, buscando una definición cabal y unívoca (empresa ambiciosa e idealista) sobre lo que sería la dramaturgia nacional para teatro de títeres. La disputa se establecía entre lo vernáculo y vanguardista, Por un lado están quienes definen (y defienden) la dramaturgia nacional como un acto de recopilación de historias, leyendas y valores de los pueblos que nos representan y nos conforman como cultura.
Por el otro, un lado menos purista, se reafirma la idea de que una dramaturgia para títeres nacional no sólo se constituye con recopilación y adaptación, sino que también se establece con la construcción de ficción  mediado por lo que nos rodea, por una realidad circundante, por un contexto que no está únicamente en mitos  y tradiciones, sino que se hace también por circunstancias y condiciones contextuales inmediatas.
Verdaderamente las leyendas y  los mitos construyen un imaginario que nos caracteriza y nos representa, pero es verdad también que la cotidianidad de nuestras ciudades nos proporciona espacios para reflexionar  y hacer ficción. Muchos de los teatros de títeres en Bolivia desarrollamos nuestros trabajos (también) en aéreas citadinas donde los estados de convulsión, la intolerancia, la falta de ideales,  el apego a lo que los medios nos manifiestan como verdades únicas, la iglesia, la política, la pobreza, el hambre, forman parte de una realidad urbana que nos afecta y nos conmueve.
En esta realidad híbrida se abre paso nuestro trabajo, revitalizar ámbitos de ficción que heredamos de nuestra cultura por cierto que es un ejercicio enriquecedor, pero aquello no debe justificar la desidia ante realidades de nuestro contexto próximo, de nuestro entorno. Aquí en el asfalto también necesitamos mirarnos con una realidad que se construya en ficción, que se manifieste en ritual y mito; desde esta perspectiva es a mi entender donde se abre una posibilidad más honesta de afrontar un texto. Hablar de cosas que nos movilizan, nos lastiman o nos emocionan de nuestras ciudades es también hablar de Bolivia, tanto así como rescatar espacios mitológicos que nos constituyen, pero debemos ser cautelosos, existe una delgada línea entre lo que es toponímico con respeto y cuidado, lo toponímico  que resulta panfletario y lo es toponímico que termina en  pintoresco.
En estas circunstancias se podría interpretar que escribir para títeres desde aquí implicaría sólo abordar la ficción desde el imaginario popular y ancestral de las leyendas o los mitos, pero las posibilidades son mucho más amplias; la premisa principal es que la producción de  textos se disemine en  un abanico de propuestas que abracen todo cuanto se pueda abrazar para producir, todo cuanto nos rodea funciona como disparador que hará germinar el texto para poder decir aquello que tenemos atragantado y que de otro modo no pueda salir.
Seré sincero, soy bastante escéptico al ver que últimamente esté en boga producir trabajos que sólo acuden a simbologías ancestrales, aunque admito que sinceramente resulta seductor, creo que el problema radica en que luego, al no poseer más que recursos simbólicos o arquetipos andinos, se cae en el hartazgo y el sopor del personaje estereotipado dando como resultado un buen producto para postal. Que no se mal interprete, defiendo y valoro una propuesta innovadora que acuda a símbolos que nos pertenecen, pero el cerrar las posibilidades de producción sólo en ello condiciona el nivel de atención y de interés de la audiencia y manifiesta nuestro prejuicio hacia el espectador relegándolo a una actitud pasiva. Sigo pensando que un producto honesto, es aquel que es reflexivo desde su entorno social. Para decir algo en el retablo es necesario primero creer profundamente que lo que se dice tiene fundamento, que ha sido interpretado y que no ha sido colocado sólo para divertir y entretener. La palabra esta asignada para hablar sobre lo que vemos pasando los umbrales y  las puertas (en las calles), si miramos   a través de la ventana es muy posible que encontremos sus vidrios opacos y poco se pueda ver del afuera.
Uno se pregunta a esta altura, porqué parece que  ya no quedasen historias para contar, porqué las posibilidades de usar recursos de todo tipo pareciera llevar a los titiriteros por otros lados y nos fuéramos acomodando a un mundo dramático que sólo puede hablar desde lo pueril y lo prejuicioso, o en el mejor de los casos acomodarnos en una dramaturgia producida y representada una y otra vez. Posiblemente le temamos al poder definitivo o al carácter combativo y denunciante del teatro de títeres, aquel que interpreta y dice algo definitivo, aquel que desenmascara el silencio cómplice; es posible (pienso)  que prefiramos quedarnos en la comodidad   de la palabra que se ha olvidado de fluir y reflexionar y que se torna demagógica.
Con esto no estoy afirmando que lo que se ha producido no tenga un importante valor estético y social, lo que trato de decir es que si realmente queremos homenajear a aquellos que construyeron un espacio para el teatro de títeres en Sudamérica, entonces es necesario empezar a generar espacios nuevos de reflexión y de dramaturgia, donde lo propio nos dé las pautas para hablar y contar qué nos sucede, qué nos conmueve y qué nos preocupa. ¿A dónde nos llevará eso? A romper estructuras, a despabilar las mentes cansadas de algunos que esperan lo mismo de siempre en el teatro de títeres, y a mirarnos desde la esencia de ser nosotros, hay que transgredir todo nuevamente; y es afuera, en mi vereda, en mi plaza y en mi historia cultural donde están todos los  ingredientes.

Seamos sinceros (nuevamente), en general, se piensa que escribir para teatro de títeres implica poseer dos o tres recursos y un par de estrategias para asir al público, y es difícil negar  que en algunos casos el uso desmedido de esos recursos estén muy cerca de la realidad. De todos modos creo que de apoco se está  gestando un movimiento de nuevo teatro de títeres que se está tomando licencias para asumir perfiles estéticos más arriesgados, donde la relación muñeco-actor, texto y puesta en escena tienen que ver más con ciertas realidades propias, con cierto bagaje implícito que está ahí en el aquí , y está alejándose cada vez más de las  teatralidades repetidas y de receta.

GINGULBER


Es una palabra, una palabra que no existe… que no existe. Gingulber es Jingle Bells.
Jingle Bells es la navidad, y la navidad no es nuestra. Y mientras ella se acerca,  la gente duerme en las calles, la pobreza hace chozas y ranchos de bolsa y cartón, los jornaleros trabajan quince horas por pocos centavos y los gigantes hacen fortuna vendiéndonos veneno.
Gingulber  trata de hablar sobre esa navidad, trata de decir todo aquello que nos duele y nos conmueve. La obra muestra personajes urbanos y  campesinos en sus realidades diarias, reivindica sus luchas y acusa los atropellos que sufren.
Gingulber es un homenaje a esas personas que cada día deben luchar para sobrevivir en un mundo que los mastica.

Texto: Juan Rodríguez.
Dirección: Juan Rodríguez.
Dirección musical: Francisco Barrios (sobre canciones de Matilde Casazola, Atahualpa Yupanqui, Cuchi Leguizamón y recopilaciones Populares.
Realización de muñecos: Cía. Paralamano.

Titiriteros: Francisco Barrios, Juan Rodríguez.
Público: adulto.
Duración: 50 Minutos.
Tiempo de Montaje: 4 horas
Tiempo de desmontaje: 2 horas


Escribir para títeres desde aquí

Si coincidimos en que el teatro de títeres nos acerca la posibilidad de manifestar las diversas formas de ver y entender el mundo, entonces coincidiremos también que, a la hora de escribir para títeres, resulta difícil encontrar la rienda para producir textos que no caigan en repeticiones y clichés como participación, magia, y la muy utilizada palabra pedagógico.
Trataré de alejarme de esas tres palabras para encontrar un cauce que me permita hablar sobre la dramaturgia para títeres desde nuestro contexto suramericano.
Es fundamental aclarar primero que este texto no pretende más que abrir el espectro para generar el debate, no tiene más intenciones que eso; creo que el afrontar cualquier tema supone siempre la posibilidad de otra voz y de otra mirada que enriquezca y proponga si no soluciones, al menos respuestas que clarifiquen un poco el panorama.
Ahora bien, estrictamente, la sugerencia que encabeza a modo de título lleva implícita una pregunta sin la cual no puede desarrollarse ningún debate: ¿Qué es aquí?
Aquí es nuestro espacio, es nuestro contexto, nuestra esencia; y digo esencia en el sentido más amplio de la palabra, esencia como aquel concentrado que resume todo en un sólo aroma, en un sólo sabor, en una sola imagen.
Escribir para títeres desde aquí, entonces, implica abarcar lo propio para hacerlo universal. Tomar los rasgos lingüísticos, los modos, las formas, apropiar lo cultural y plasmarlo en una construcción ficcional que abarque además la realidad social y política para hacer comprensible nuestro entorno cualquiera sea el espacio en que aquel texto se represente. Escribir para títeres desde aquí implica no abandonar la reflexión y el compromiso.
¿Política?, se estará preguntando después que esta palabra quedo reverberando en los rincones más profundos de nuestro inconsciente, ¿desde cuándo los títeres necesitan abordar lo político?, desde que el títere es lo que es, le respondo. El contexto social, cultural y político, es lo que nos proporciona la posibilidad de hablar desde nuestro caleidoscopio, y otorga al espectador señales para entender desde qué posición y desde qué lado está hablando el pequeño personaje.
Parece extraño y hasta resulta problemático, pues por lo general se escribe teatro de títeres para público infantil, y ahí está lo paradójico; es necesario contextualizar desde la realidad que el niño vive para poder ofrecer una producción honesta y adulta. Lo otro que resulta paradójico es que mientras más honesta sea la propuesta, más heterogénea será su recepción y el texto estará más lejos de encasillarse estrictamente para un destinatario infantil.
Particularmente Bolivia posee una huella cultural muy amplia, que abarca leyendas orales y producciones literarias (entre otras manifestaciones) que muestran en enorme medida lo que nos hace y nos constituye como bolivianos. Por ello es muy fácil caer en la trampa de la adaptación mal entendida, el tener una paleta tan amplia en colores otorga el privilegio de tomar y moldear, hasta incluso alterar sin haber tocado un ápice de lo que en profundidad dicen y manifiestan los productos culturales elegidos. Es que aquello que parece un instrumento para decir desde aquí a veces se transforma en un torbellino de ideas donde la toponimia parece ser lo único que resalta en la producción, dejando en segundo plano las realidades inmediatas y relegando al texto a un mero viaje paisajístico cargado de  pintoresquismo. Tengamos en consideración  que cuando se llega a un exceso de modismos, folklorismos y paisajismos, la mirada popular se trasvierte en una enumeración  peculiaridades intrascendentes y sin rostro auténtico, se transforma en chauvinismo o artesanía hecha para turistas y que terminan por no decir nada. (continúa en próxima entrada)